Elecciones en Chile: el síndrome de la encuestitis
- Rubén Dittus
- hace 7 días
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La “encuestitis” es esa enfermedad que padecen semanalmente varios usuarios de redes sociales y generadores de contenido digital ante el nutrido abanico de encuestas que dicen reflejar las tendencias electorales, síntoma que se agrava a medida que se acerca la fecha de la elección presidencial. Aquel que la sufre no puede dejar de verborrear sobre ellas. El sufijo de origen griego “itis” significa en español “inflamación”, por lo que hablar de encuestitis supone que es el abultamiento o hinchamiento de lo que dicen o lo que tratan de decir las encuestas de opinión pública. Como toda inflamación, un cuerpo social que sea vea afectado por ella no es saludable, aunque a veces lo parezca.
En un año normal, los sondeos que miden la aprobación del presidente de Chile o el grado de conocimiento que la opinión pública tiene de sus ministros son parte del comentario obligado en el palacio de La Moneda y su equipo de estrategas comunicadores. En período electoral, en tanto, la ansiedad chorrea a las barras bravas de cada candidato o candidata, la que se expresa en un número nada despreciable de programas, espacios y podcasts dedicados al análisis de las encuestas de la semana. Es un factor que potencia la inflamación de datos. Así, no es extraño encontrar en la Red X o en algún canal de YouTube a algún histriónico anfitrión que pone en perspectiva la baja o subida de las cifras que se presentan. Atento, un variopinto número de fanáticos repite, comparte y/o se mofa de la ubicación de sus contrincantes como si de una maratón por etapas se tratase. En dichos análisis, sin embargo, la seriedad no abunda. Más bien es una hermenéutica rasca y carente de método la que se impone como herramienta para interpretar el resultado entregado por las encuestadoras más prestigiosas de la plaza.

De ese modo, los cuatro puntos al alza, el punto a la baja o el estancamiento son vistos como proyecciones de triunfos o fracasos, según se les coteje con el sondeo de uno o dos meses atrás, o con otras encuestas publicadas que usan metodologías para nada contrastables. En otras palabras, las redes sociales comparan peras con manzanas.
Mientras ello ocurre, el clima de opinión se abriga aún más por notas periodísticas que solo replican la lámina más fácil de comprender. Allí están los gráficos coloridos y los íconos que permiten una lectura a audiencias poco preparadas en cuestiones estadísticas. Como una bola de nieve, editores de medios de comunicación, preocupados por no quedar fuera del debate mediático, hacen eco de las mismas encuestas, inflando aun más el impacto en las estrategias de campaña de cada candidato/a. El no incluir los datos completos de las fichas técnicas, o dar por ganador a un candidato, aunque el resultado esté dentro del margen error, han sido tradicionalmente algunos de los problemas en que incurre el periodismo cuando cubre estudios de opinión. Estas nuevas herramientas, que permiten directamente hacer consultas en línea, a las que se viste como “encuestas”, lo hacen aún más delicado. En el reportero respectivo no es común ver el diseño metodológico, el grado de representatividad o los márgenes de error. Para qué hablar de las variaciones de la muestra o la segmentación socioeconómica o etaria, ya que sería un insulto para mentes mal entrenadas.
Acorralado, el candidato o su jefe de campaña debe contestar preguntas tan absurdas como: ¿a qué se debe que haya subido dos puntos en una semana? ¿Qué se siente ser el candidato con más mención espontánea? ¿Cuándo se va a bajar de la campaña presidencial? Preocupados del cuestionario típico, y fácilmente viralizable, el foco periodístico busca encontrar respuestas. Son invitados los gerentes de las mismas empresas encuestadoras (muchas de las cuales tienen convenios exclusivos con programas de la televisión para el estreno de sus resultados), analistas políticos y uno que otro politólogo al que se le etiqueta como “experto electoral”. Todos ellos, con mayor o menor profundidad, explican, enseñan e interpretan sin que el rigor sea el común denominador. Se formulan aseveraciones sin pruebas, se justifican diferencias de resultados debido al “método” o se crean nomenclaturas: se dice hasta el cansancio que la encuesta es una “fotografía del momento”, se habla de fenómenos electorales cuando las cifras no superan los 15 puntos en intención de voto o se da por muerta una candidatura cuando esta ni siquiera se ha oficializado.
Las encuestas presentan importantes limitaciones, algo bien conocido por quienes las utilizan. La manera en que se formula una pregunta, su ubicación dentro del cuestionario y la elección de ciertas palabras pueden influir directamente en las respuestas. Además, el acto mismo de responder una encuesta -ya sea telefónica o presencial- genera un contexto artificial, similar a un experimento de laboratorio, afectando la autenticidad de los datos. A esto se suma que muchas personas responden de acuerdo con lo que consideran socialmente aceptable, dificultando la obtención de respuestas genuinas. Entonces, ¿por qué siguen siendo utilizadas? A pesar de sus fallos, ofrecen información rápida, accesible y útil para quienes deben tomar decisiones en escenarios complejos donde los detalles pueden dificultar la visión general.

Lo anterior tiene consecuencias. La sospecha que surge es que las emociones traicionan. Los datos son datos, pero estos no hablan solos. Se les hace hablar según el perfil de quien los quiere escuchar. Así, una encuesta puede traer solo buenas noticias: la candidata puntera sigue siéndolo, aunque no sume votos (¡hurra para sus seguidores!); los dos que la siguen sumados dan una cifra mayor que la primera (¡¡si se baja uno el que queda en carrera se queda con los votos!!); la que está en cuarto lugar es la más competitiva del sector (¡¡espérense cuando tenga el apoyo de todos los partidos!!) y el que marca un punto por primera vez tiene que celebrarlo porque hace una semana marcaba cero. Los mismos datos desde un enfoque negativo arroja sensaciones hostiles. Es el poder de la subjetividad.
Si la televisión como espectáculo (noticieros, matinales, programas de debates) siempre ha sido enemiga del buen periodismo, la combinación con las redes sociales u otras herramientas de votación en línea puede convertir la contienda electoral en un circo romano. En términos periodísticos, el aporte de los conversatorios sobre sondeos de opinión podría llegar a ser nulo. Solo espectáculo, donde la pelea chica se impone en la medición del rating. Todo esto nos lleva a presenciar como observadores una campaña presidencial sin mística, programa o contenido. Como los ojos están puestos en el próximo sondeo semanal, la artillería es superflua y populista; una que no arriesga, no abre caminos ni se atreve a incomodar. Así, los aspirantes a La Moneda quedan atrapados en las propias cifras que arrojan sus muchos o pocos seguidores. Inmovilizados por el aplauso de la galería fanática o buscando electores indecisos, se improvisa según la última noticia o el escándalo que lidera los más recientes titulares: el homicidio, la encerrona o la cuña viral.
A pocos meses de la próxima elección presidencial en Chile (noviembre de 2025) -la primera con inscripción automática y voto obligatorio- es inevitable poner en pausa la “encuestitis”. El problema es que se comete el mismo error una y otra vez: justificar decisiones y opiniones basándose en encuestas que se difunden con facilidad sin reparar en la calidad de los sondeos que les preceden, pero rara vez se cuestionan. Las publicitadas visitas a los últimos sondeos de Cadem, Panel Ciudadano, Activa, Criteria, Feedback, Tú Influyes, Black & White o La Cosa Nostra así lo confirmarían.
A pesar de la confianza que muchos depositan en estos estudios, la realidad termina siempre imponiéndose como un antídoto natural, dejando en evidencia las proyecciones erróneas o con interpretaciones forzosas que circulan varias semanas antes del cierre de las votaciones.
No obstante sus imperfecciones, las encuestas siguen siendo faros en medio de la incertidumbre, mapas incompletos que, aunque borrosos, permiten atisbar el contorno de una realidad en constante cambio. Son herramientas imperfectas para un mundo imperfecto, donde las decisiones no esperan la certeza absoluta. Así, entre preguntas que modelan respuestas y respuestas que moldean percepciones, seguimos navegando, confiando en que, aun con sus sombras, estos datos fragmentarios nos ayuden a encontrar algún atisbo de verdad en el laberinto de lo social.
Quizás haya que dejar que los chilenos y chilenas con derecho a voto, decidan en las urnas. Libremente, sin el peso de tener que escoger entre candidatos muy o poco competitivos. Para ganarle al cálculo electoral, simplemente habría que escoger “al o la mejor”, y vacunarse previamente contra la encuestitis.
*Rubén Dittus es miembro del Observatorio Crítico de la Imagen y el Discurso. Académico de la Facultad de Comunicaciones de Universidad UNIACC.
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